lunes, 19 de diciembre de 2011

La verdadera historia de Papa Noel

A lo largo y ancho del mundo,Papá Noel tiene múltiples y variados nombres, San Nicolás, Santa Claus, Viejito Pascurero, Padre hielo,… al igual que cambian de un país a otro las historias y formas que tienen los niños de vivir la tan esperada noche.
Lo que no varía es la figura del viejecito barrigudo, de tez rosada, vestido con traje rojo y larga barba blanca que se ha convertido en el personaje principal de las fiestas de Navidad.
Pero, ¿quién es este señor al que miles de niños de todo el mundo escriben una carta contándole cómo se han portado y pidiéndole un regalo para la noche de Navidad?

La verdadera leyenda de Papá Noel

Cuenta la historia que Nicolás de Bari nació en el siglo IV en Patara, una ciudad del distrito de Licia, en lo que actualmente es Turquía, dentro de una familia rica y acomodada. Desde su niñez, Nicolás destacó por su bondad y generosidad con los más pobres, preocupándose siempre por el bien de los demás. Siendo todavía muy joven, el muchacho perdió a sus padres, presas de una epidemia de peste, y se convirtió en el heredero de una gran fortuna. A sus 19 años, Nicolás decidió dar toda su riqueza a los más necesitados y marcharse a Mira con su tío para dedicarse al sacerdocio.
Papá Noel con una niña en sus rodillas
Allí fue nombrado obispo y se convirtió en santo patrón de Turquía, Grecia y Rusia.
Además fue nombrado Patrono de los marineros porque, cuenta una historia que, estando alguno de ellos en medio de una terrible tempestad en alta mar y viéndose perdidos, comenzaron a rezar y a pedir a Dios la ayuda del santo, y las aguas se calmaron.
San Nicolás falleció el 6 de diciembre del año 345. Puesto que esa fecha está muy próxima a la Navidad, se decidió que este santo era la figura perfecta para repartir regalos y golosinas a los niños el Día de Navidad.
Desde el siglo VI, se empezaron a construir templos en su honor y en 1087 sus restos fueron llevados a Bari, en Italia.
Posteriormente, en el siglo XII, la tradición católica de San Nicolás creció por Europa, y hacia el siglo XVII emigrantes holandeses llevaron la costumbre a Estados Unidos, donde se suele dejar galletas o pasteles caseros y un vaso de leche a Santa Claus.
Por cierto, como curiosidad, el nombre Santa Claus se creó a raíz del nombre del santo en alemán, San Nikolaus.
El aspecto de San Nicolás de Bari era muy distinto al que se le atribuye hoy: tenía la complexión delgada y era de gran estatura. Y el hecho de que lo representen siempre con una bolsa y tenga la fama de repartidor de regalos se debe a que, en cierta ocasión, el santo tuvo conocimiento de que la hija de uno de sus vecinos iba a casarse y su padre no tenía dinero para la dote, por lo que decidió entregarle una bolsa con monedas de oro. Así, la boda pudo celebrarse y, desde entonces, cobró fuerza la costumbre de intercambiar regalos en Navidad.

Santa Claus, una imagen moderna

Aunque la leyenda de Papá Noel sea antigua y compleja, y proceda en gran parte de San Nicolás, la imagen familiar de Santa Claus con el trineo, los renos y las bolsas con regalos es una invención estadounidense. En 1823, el escritor inglés Clement Moore escribió el poema "Una visita de San Nicolás", imaginando que Papá Noel surcaba los cielos en un trineo llevado por, al menos, nueve renos - Rudolph, Donner, Blitcher, Cometa, Cupido, Brillante, Danzante, Centella y Zorro -, y no que repartía sus regalos a pie o montando en un caballo como se había aceptado hasta entonces.
A los norteamericanos también se les responsabiliza de la imagen actual de Papá Noel. En 1931, una conocida marca de refrescos encargó al caricaturista Thomas Nast que dibujara un Papá Noel humanizado y cuya imagen fuera más cercana a las personas para su campaña navideña. Así surgió el Papá Noel vestido de rojo, con cinturón y botas negras que permanece hasta hoy en el imaginario popular, - aunque San Nicoláshaya vestido a Papá Noel de verde -.
A día de hoy, la historia cuenta que Papá Noel vive en el Polo Norte acompañado de la señora Noel y de un grupo de duendes que son los encargados de fabricar los juguetes que desean los niños de todo el mundo. Cuando llega la noche del 24 de diciembre, Papá Noel carga todos sus regalos en un saco y recorre el mundo dejando los regalos de los niños debajo del árbol de Navidad.

lunes, 5 de diciembre de 2011

EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR



 Aquel monarca llevaba varios años con una china en el zapato. Su reinado no iba del todo mal, pero 
bondadoso como era, no dejaba de preocuparse de la suerte de una buena parte de sus súbditos afectados desde hacía bastante tiempo por una desdicha: el desempleo. 
 Por ello, cuando le anunciaron la llegada a la corte de dos sabios procedentes de la reputada Universidad de 
Chinchanflún con el deseo de explicar al monarca, en una audiencia privada, las nuevas teorías sobre el paro, se llevó una gran alegría. 
 Los pretendidos sabios eran en realidad dos grandes sinvergüenzas que amparándose en el nombre de 
aquella famosa universidad de allende de los mares, trataban de rentabilizar su azarosa estancia en aquellas latitudes aprovechándose del papanatismo dominante en su patria original. Tontos, claro está, no eran, y su dominio del idioma del País Maravilloso, donde tenía su sede la Universidad de Chinchanflún, así como su facilidad para aprender expresiones ininteligibles y sofisticadas técnicas estadísticas y matemáticas, les capacitaban sobradamente para ejercer su papel de embaucadores. 
Aunque la dignidad de la realeza le impelía a mostrarse siempre a sus súbditos bajo el manto de la 
impasibilidad, nuestro monarca se puso a preparar la audiencia con auténtico fervor. Repasó los manuales que tuvo que estudiar durante su educación de Príncipe, mandó llamar en el mayor secreto a un viejo profesor para repasar y actualizar algunos conceptos, e invitó a la audiencia a los más renombrados catedráticos de las universidades de sus dominios. 
Y por fin llegó el día tan esperado. Los catedráticos  del Reino, expertos en desempleo, llegaron 
lujosamente ataviados y acompañados de los instrumentos propios de su condición, tales como libros de conjuros, amuletos de encontrar trabajo, frascos conteniendo espíritu competitivo, hierbas de sumisión, medicinas amargas de reducciones salariales, y múltiples varillas de flexibilización. Los dos sabios de la Universidad de Chinchanflún se habían presentado con anterioridad por recomendación del Jefe de Protocolo a fin de poder instalar en el salón del trono los artilugios necesarios para su exposición, tales  como ordenadores personales conectados a pantallas de vídeo, proyectores de transparencias, y, como una concesión a la tradición, una clásica pizarra. 
Pasaron los catedráticos al salón del trono y fueron  presentados a los conferenciantes. Contrastaban los 
vestidos de unos y otros: los catedráticos de las tierras del Rey lucían bonetes en las cabezas, y sobre sus togas negras orladas de puñetas reposaban insignias y collares correspondientes a su dignidad. Los procedentes del País Maravilloso eran en cambio una explosión de color en sus diferentes atuendos, que sólo coincidían en cuanto a las pajaritas que ambos llevaban al cuello a modo de corbata y en el evidente uso de tirantes por parte de los dos. Los catedráticos saludaron con una leve inclinación de cabeza y los sabios invitados  les correspondieron con una exhibición de sus blanquísimos dientes en una sonrisa que ya no les abandonó. 
Llegó el rey y dio comienzo la audiencia. El propio monarca agradeció la presencia de todos los invitados y 
resaltó el orgullo que le embargaba al comprobar como  dos de sus súbditos, con su esfuerzo y mérito, habían aprovechado tanto el tiempo en la gran universidad de más allá de los mares, que volvían  como sabios dispuestos a solucionar el problema del desempleo que tanto preocupaba. Y sin más les cedió la palabra. 6
 - Majestad, venerables catedráticos - dijo el primero de los pícaros - venimos en verdad a solucionar ese 
problema, pues tras años de profundo estudio y trabajo duro en la universidad que nos acogió, podemos afirmar sin lugar a dudas que el desempleo no existe. 
 -Pero antes de la demostración - dijo el segundo de ellos - solicito de vuestra benevolencia que nos 
permitáis expresarnos en el idioma del País Maravilloso, ya que, aunque nacidos en estas tierras y sólo ausente de ellas breves años, tendríamos cierta dificultad para expresar en nuestro idioma algunas sutilezas de nuestro discurso. 
 El rey dominaba, dada su exquisita educación, el lenguaje del País Maravilloso, algunos de los catedráticos 
lo entendían a medias y el resto no estaba dispuesto a reconocer su desconocimiento, con lo que, con la venia de su majestad, los dos mercachifles se aprestaron a vender su dudosa mercancía en aquel idioma. 
Pero tampoco eran necesarias dotes de políglota para entender, o mejor no entender, lo que a continuación, 
y durante una hora, los dos individuos expusieron. 
Proyecciones, simulaciones de ordenador, algoritmos y símbolos, se sucedían sin tregua con referencias continuas a trabajos de otros reputados sabios cuyos nombres oían por vez primera los asistentes, demostraciones matemáticas, conjeturas, refutaciones y evidencia empírica en una autentica representación abrumadora de sabiduría; y así hasta llegar a la conclusión profetizada: el desempleo no existe. 
 El rey no había entendido nada de lo que allí se había dicho, e incluso intuía que tal vez le estuviesen 
tomando el pelo, pero no quería quedar como tonto y así, al finalizar la exposición reconoció que lo dicho era "muy interesante". 
 Los catedráticos sabían con total certidumbre que aquello era una burla de tanta profundidad, al menos, 
como de las que ellos vivían. Pero dada la actitud del  soberano se deshicieron en halagos ante la exposición y ponderaron con gravedad las conclusiones. 
 - ¿Y qué podemos hacer para que estas sabidurías - preguntó el rey a los timadores - se divulguen 
adecuadamente en nuestro reino? 
 Y ellos mostraron inmediatamente un presupuesto de gastos que tenían preparado con anterioridad. Al buen 
rey le pareció una barbaridad lo que se pedía por divulgar aquello que no entendía, pero como ni quería quedar como ignorante, ni como cicatero con la ciencia, lo aprobó. Los venerables catedráticos, que veían la posibilidad de sacar tajada en la maniobra, alabaron la decisión del monarca. Y así los parados dejaron de existir en aquel reino. 
 Los únicos que no se creyeron su desaparición fueron los que estaban, seguían y siguieron estando 
desempleados. Pero eran personas de pocas luces que no entendían la Gran Ciencia, y a casi nadie le importó mucho.